EL FUTURO DE LA IZQUIERDA[6]

EN 1978, CON EL OCASO de la dictadura militar, el encuentro entre la izquierda y las masas parecía natural: resultado de una labor sindical que aunque sectaria, había sido tenaz y constante. Pero el socialismo no es una segregación natural de la historia. Siendo por encima de todo un proyecto, un ideal subjetivo, requiere de una voluntad histórica para construirlo. Los desafíos a esta voluntad fueron mayores en una época definida por el fin de esos faros que habían alumbrando, años atrás, la propuesta socialista. No hace mucho, el propio Enrico Bellinger ha debido reconocer que ese ciclo histórico inaugurado por la revolución de octubre llegaba a su fin. El llamado "socialismo real" parecía alejarse cada vez más del reino de la libertad anunciado por Marx.
En estas circunstancias, como en el Perú de Mariátegui, el socialismo volvía a ser una creación heroica. La primera demanda de la coyuntura era la necesidad de una teoría de la revolución, es decir, responder a dos preguntas fáciles solo de enunciar: ¿cómo tomar el poder? Y ¿cómo construir el socialismo? Las respuestas fueron postergadas. Aunque la práctica de la izquierda desembocó en la escena electoral, no hubo ninguna crítica a las concepciones anteriores (lucha armada), ni ninguna fundamentación de la nueva estrategia, a pesar de que el ejemplo chileno podía ser la mejor recusación posible de las elecciones como camino al socialismo. Esto no significa necesariamente reivindicar la tesis maoísta del fusil como medio para conquistar el poder. Frente al fracaso en Chile podrían enumerarse las derrotas históricas de los movimientos armados en Venezuela o Argentina. De esta experiencia latinoamericana había que obtener algún provecho para diseñar nuestro propio camino al socialismo, pero quizá la disputa de plazas electorales postergó esta apremiante cuestión.

I

Lo mismo sucedió con la construcción del socialismo. Había que crear ese concepto en el Perú partiendo de las condiciones de una sociedad dependiente con una larga tradición histórica pero con un significativo desarrollo del capitalismo. Era necesario hacerlo partiendo también de una "clara visión crítica del socialismo realmente existente", como señaló Rodrigo Montoya.
Se trata, en todos estos elementos, de diseñar una utopía, combinando la inteligencia con la imaginación, la audacia con lo elementalmente verosímil. Pero como señala Leszek Kolakovski, "la construcción de una utopía es siempre un acto de negar la realidad que encontramos ante nosotros…". En el Perú esto significaba poner entre interrogantes toda una evolución histórica deformada por el colonialismo y por el desafortunado encuentro con Occidente. Me parece, por esto, demasiado ingenuo pensar que esa sociedad del futuro ya existe en el presente, a no ser que se identifique a socialismo con industrialización y crecimiento del Estado. En otras palabras, el socialismo no es un instrumento de "modernización" de una sociedad o un atajo para llegar a niveles comparables con las sociedades desarrolladas de Occidente. Es el instrumento para construir un mundo radicalmente nuevo.
Pero este instrumento sólo alcanza a funcionar cuando deja de ser una elucubración intelectual, debate entre bibliotecas y escritorios, y logra convertirse en una verdadera fuerza colectiva. Un mito que dando sentido a la historia, puede sustentar los mayores sacrificios de las multitudes para conquistar su propio futuro.

II

Estamos viviendo una de las más duras crisis de la historia peruana. El país parece derrumbarse. En estas circunstancias Izquierda Unida hasta ahora sólo ha sabido proponer un carné y reclamar un voto: demasiado poco. Un proyecto incapaz de entusiasmar a cualquier peruano que llega a los 18 años y a quien esta sociedad no tiene nada que ofrecer. Oportunidad única para cualquier izquierda, pero hasta ahora, esta izquierda nuestra, parece estar por debajo del desafío. De la capacidad para diseñar una utopía, más que del porcentaje o del número de alcaldes y concejales, pende su futuro. Seducidos por la escena electoral y la democracia, la mayoría de sus líderes ha olvidado que su función no es únicamente solucionar tal o tal otro problema, sino conquistar el poder. Algunos, sin embargo, parecen más interesados en viajar, ejercer el turismo político, aprovechar de las ventajas que otorgan ciertas parcelas del poder, que pensar en abolir este orden social. En definitiva quiero decir que el gran riesgo de esta izquierda es convertirse en una columna más de un sistema deteriorado. Han dejado de pensar la sociedad desde los más miserables para pensarla desde el Parlamento o el municipio y no desde la barriada y la fábrica. La escena oficial, como diría algún sociólogo, ha reemplazado al movimiento popular. La capacidad revolucionaria del marxismo radica, por el contrario, en pensar a una sociedad desde abajo.

III

En efecto, desde abajo, para reencontrarse no sólo con la espontaneidad del movimiento popular, sino además para emprender la crítica radical de lo existente y para pensar la sociedad como una totalidad. La izquierda ha reproducido la separación entre el intelectual y el político. Hasta hace poco todos se vanagloriaban de una cierta identidad entre izquierda e intelectuales, pero ahora cuando abundan los tránsfugas y las deserciones, quizá sea el momento adecuado para hacer el balance de una producción demasiado afincada en los pequeños problemas, encerrada en parcelas que impedían ver el conjunto y proyectarse hacia el futuro. Me explico con un ejemplo: muchas monografías sobre el agro (desarrollo del capitalismo, economía campesina, comunidades, etcétera) pero pocos trabajos que respondan a preguntas cruciales como el destino del campo en la acumulación del capital o el porvenir de los campesinos en el Perú.
La ausencia de la dimensión "poder" en la política ha tenido como correlato la ausencia de la dimensión "futuro" en la investigación intelectual. Un cierto estilo "retro" parece contagiar a la izquierda: la añoranza de los años 20, de los tiempos de Mariátegui, de los años que siguen a la Revolución de Octubre. No estoy renegando de la historia; de ninguna manera. Ocurre que hay por lo menos dos maneras de encarar el pasado, según uno esté dominado por sus fantasmas o no, según uno ignore el futuro o no. La búsqueda de una alternativa ha estado tan ausente de la política como del trabajo intelectual. En alguna medida todos hemos contribuido a esa sensación de enclaustramiento que produce el Perú.
Nunca es tarde para desandar el camino y encontrar un nuevo derrotero. Cuestionar todo pero junto a la negación, tratar de encontrar la alternativa que vaya diseñando el futuro que queremos construir. Un futuro que no está necesariamente emparentado con el nombre del candidato de izquierda al municipio de Lima, ni con el porcentaje de votos que se puedan obtener el día de mañana.